Primero, que nos apoyemos en el poder de Dios, no en el nuestro.
Segundo, reprendamos en el Nombre de Jesús, no en el nuestro.
Tercero, protegernos con toda la armadura de Dios. Cuarto, librar nuestras batallas con la espada del Espíritu – La Palabra de Dios. Por último, debemos recordar que aunque libramos batallas contra Satanás y sus demonios, no cada pecado o problema es un demonio que necesita ser reprendido. “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
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